- (...) Sois como una enfermedad contagiosa que hace ciegos a los hombres, de forma que no pueden distinguir ya entre apariencia y realidad. ¿Sabéis cómo os llaman allí?
- No - susurró Atreyu.
- ¡Mentiras! - ladró Gmork.
Atreyu sacudió la cabeza. Sus labios se habían quedado exangües.
- ¿Cómo puede ser eso?
Gmork se ensañó al ver el espanto de Atreyu. La conversación lo animaba visiblemente. Tras una pequeña pausa siguió diciendo:
- ¿Me preguntas qué serás allí? ¿Y qué eres aquí? ¿Qué sois los seres de Fantasía? ¡Sueños, invenciones del reino de la poesía, personajes de una Historia Interminable! ¿Crees que eres real, hijito? Bueno, aquí, en tu mundo, lo eres. Pero, si atraviesas la Nada no existirás ya. Habrás quedado desfigurado. Estarás en otro mundo. Allí no tenéis ningún parecido con vosotros mismos. Lleváis la ilusión y la ofuscación al mundo de los hombres. ¿Sabes, hijito, lo que pasará con todos los habitantes de la Ciudad de los Espectros que han saltado a la Nada?
- No - tartamudeó Atreyu.
- Se convertirán en desvaríos de la mente humana, imágenes del miedo cuando, en realidad, no hay nada que temer, deseos de cosas que enferman a los hombres, imágenes de la desesperación donde no hay razón para desesperar...
- ¿Todos seremos así? - preguntó Atreyu espantado.
- No - replicó Gmork -, hay muchas clases de locura y ofuscación; según lo que sois aquí, hermosos o feos, tontos o listos, seréis allí mentiras hermosas o feas, tontas o inteligentes.
- Y yo - quiso saber Atreyu -, ¿qué seré yo?
Gmork sonrió irónicamente.
- Eso no te lo digo, hijito. Ya lo verás. O, mejor, no lo verás, porque ya no serás tú.
Atreyu calló, mirando al hombre-lobo con ojos muy abiertos.
Gmork continuó:
- Por eso los seres humanos odian y temen a Fantasia y a todo lo que procede de aquí. La quieren aniquilar. Y no saben que, precisamente así, aumentarán la oleada de mentiras que cae ininterrumpidamente en su mundo... esa corriente de seres desfigurados que tienen que llevar allí una existencia ficticia de cadáveres vivientes y envenenan el alma de los hombres con su olor a podrido. Los hombres no lo saben. ¿No es gracioso?
- ¿Y no hay nadie que no nos odie ni nos tema?
- Yo, al menos, no conozco a nadie - dijo Gmork-, y tampoco es de extrañar, porque vosotros mismos tenéis que resignaros allí a hacer creer a los hombres que Fantasia no existe.
- ¿Que no existe Fantasia? - repitió Atreyu desconcertado.
- Claro, hijito - respondió Gmork -, eso es precisamente lo más importante. ¿No puedes imaginártelo? Sólo si creen que no existe Fantasia no se les ocurrirá visitaros. Y de eso depende todo, porque únicamente cuando no os conocen en vuestro verdadero aspecto puede hacerse con ellos cualquier cosa.
- ¿Hacer con ellos... qué?
- Todo lo que se quiere. Se tiene poder sobre ellos. Y nada da un poder mayor sobre los hombres que las mentiras. Porque esos hombres, hijito, viven de ideas. Y éstas se pueden dirigir. Ese poder es el único que cuenta. Por eso yo también he estado al lado del poder y lo he servido, para poder participar de él... aunque de una forma distinta que tú y tus iguales.
- ¡Yo no quiero participar de él!
- Calma, pequeño necio - gruñó el hombre-lobo -. En cuanto te llegue el turno de saltar a la Nada, serás también un servidor del poder, desfigurado y sin voluntad. Quién sabe para qué les servirás. Quizá, con tu ayuda, harán que los hombres compren lo que no necesitan, odien lo que no conocen, crean lo que los hace sumisos o duden de lo que podría salvarlos. Con vosotros, pequeños fantasios, se harán grandes negocios en el mundo de los hombres, se declararán guerras, se fundarán imperios mundiales...
Gmork contempló al muchacho un rato con los ojos semicerrados, y luego añadió:
- También hay una multitud de pobres zoquetes, los cuales, naturalmente, se consideran a sí mismos muy inteligentes y creen estar al servicio de la verdad, que nada hacen con más celo que intentar disuadir hasta a los niños de que existe Fantasia. Quizá tú les seas útil precisamente a ellos.
Atreyu conservó la cabeza baja.
Ahora sabía por qué no venían ya seres humanos a Fantasia y por qué no vendrían nunca para dar nuevos nombres a la Emperatriz Infantil. Cuanto más se exendiera la aniquilación de Fantasia, tanto mayor sería el raudal de mentiras en el mundo de los hombre y, precisamente por ello, cada segundo disminuía la posibilidad de que viniera aún un ser humano. Era un círculo vicioso del que no había escapatoria.
Atreyu lo sabía ahora.
Fragmento de "La Historia Interminable", de Michael Ende.
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