diumenge, 20 de juny del 2010

Poemes i Promeses



Ens hem cremat les mans
tants cops com ha calgut.
Hem mossegat la terra
sempre que hem caigut.
I si mai en algun dia
he comès algun error,
ara tot el que puc dir-te
és que ho sento molt.
Però no hem de mirar enrera
per poder sentir-nos bé,
no hem de mirar enrera per saber
tot el que hem fet.

Ara tinc la cara cremada pel vent.
També tinc els teus poemes
escrits a la meva pell
i si un dia et fan falta
no pateixis, jo te'ls guardaré
i si un dia et fan falta
no pateixis, no els oblidaré,
els porto escrits a la pell
Però saps molt bé que cal que anem
de pressa,
que potser no hi som a temps.

Vam marxar de casa
ara fa molt temps
vam partir un dia
que no feia vent.
Les veles no es movien,
el mar estava quiet.
Anàvem a la deriva,
a l'horitzó no es veia res.
No hem de mirar enrera
per poder sentir-nos bé,
no hem de mirar enrera
per saber tot el que hem fet.

I totes les promeses
que un dia ens vam fer
segellades amb la mirada
d'aquell que només té fe;
si un dia et fan falta
no pateixis, que jo les guardaré.
Si un dia et fan falta
no pateixis, no les oblidaré,
les tinc escrites a la pell.
Però saps molt bé que cal que anem
de pressa,
que potser no hi som a temps.

Poemes i promeses,
poemes i promeses escrites a la pell
escrites a la pell.

No hem de mirar enrera
per poder sentir-nos bé,
no hem de mirar enrera
per saber tot el que hem fet.

La tardor ha arribat,
començo a tenir fred,
les hores se'm fan curtes
i aquests temps són molt incerts;
que la vida va de pressa
i sento com se m'escapa de les mans,
Els poemes i les promeses
que aquell dia vam segellar
mai els oblidaré,
doncs cal que anem de pressa
que potser no hi som a temps.

dissabte, 19 de juny del 2010

Un poco de ternura...

1... 2... 3...

¡¡¡OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOH!!!


divendres, 18 de juny del 2010

Adeus, Saramago

Gracias por dejar, tras de ti, un sendero de lucha e inolvidables palabras.
Ya son eternas...

Si hay que buscar el sentido de la música, de la filosofía, de una rosa, es que no estamos entendiendo nada.

Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos. El nombre que tenemos sustituye lo que somos: no sabemos nada del otro.

El viaje no termina jamás. Solo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración... El objetivo de un viaje es solo el inicio de otro viaje.

Como escritor y como persona, mi empeño es no separar al escritor de la persona que soy. Me esfuerzo, en la medida de mis posibilidades, en tratar de entender y explicar el mundo.

El poder lo contamina todo, es tóxico. Es posible mantener la pureza de los principios mientras estás alejado del poder. Pero necesitamos llegar al poder para poner en práctica nuestras convicciones. Y ahí la cosa se derrumba, cuando nuestras convicciones se enturbian con la suciedad del poder.

Como cualquier otro lector, o escritor, me busco a mí mismo. Busco encontrarme en páginas, en ideas, en reflexiones, reconocer que somos algo más que esto que se presenta como "realidad", ése sigue siendo el mayor deslumbramiento.

Hay personajes de novela que están más vivos que algunos que andan por allí. (...) ¿Hay alguien más vivo que ellos? O esos personajes de Shakespeare, grandes, pequeños, mediocres, magníficos, que vienen de la literatura pero que también están aquí, vivos, entre nosotros...
J. Saramago.

Debes ser despedido con infinito agradecimiento por habernos concedido el lujo de conocer tus ideas. 
Hasta siempre, Saramago.
Salud, camarada.
Descansa como te mereces, maestro.


dijous, 17 de juny del 2010

¡¡¡Felices 27!!!


Brindo por ti, cariño.

Encantada de poder celebrar contigo un año más.

De ahora en adelante todo va a ir a mejor, te mereces ser completamente feliz.

¡Disfruta! Y descarta todo pensamiento que no te beneficie.

TE QUIERO
Ayer, hoy y siempre.

El cuento más breve de la historia


"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí."

Augusto Monterroso.


Mi padre siempre me lo explicaba, para decirme: "piensa, ¿qué crees que significa?"

No estoy muy segura, pero creo que intenta reflejar lo magnífica que puede llegar a ser la imaginación de una criatura; cuando se es pequeño, la línea que separa el sueño de la consciencia es prácticamente imperceptible.

¿Qué significa para vosotr@s?

El Sonido del Silencio


Mis ojos se abren sobresaltados al oír el estridente sonido del despertador; son las 8 de la mañana de un día que empieza, como tantos otros. No he dormido bien. Golpeándome con cada objeto que encuentro a mi paso, adormilada todavía y con un terrible dolor de cabeza, subo la persiana. Llueve. Magnífico. No hay nada más desolador que levantarse y ver que el mundo te recibe húmedo y frío.

Como un día cualquiera, me ducho, tomo café y tostadas, le doy a mi preciosa gata su desayuno especial y me deleito con buena música mientras me visto. Ya estoy lista. Cojo el paraguas y cierro la puerta.
Salgo del portal, abro el paraguas y empiezo a caminar, forcejeando con el viento. Definitivamente, hoy no va a ser un buen día.

De camino al metro, me estresan los coches y sus incesantes pitidos, los gritos, las voces y pasos acelerados de los cientos de personas que caminan a mi alrededor.
Estoy bajando las escaleras cuando escucho los inconfundibles pitidos del cierre de puertas de los vagones mezclado con el ruido de los cientos de pasos que abandonan el tren y se disponen a salir. Acabo de perder un tren. Llego al andén y me siento, saco el libro del bolso y me pongo los auriculares para evadirme de tanto ruido. La cabeza me va a estallar. Dos minutos, llega el tren. Subo y me apoyo en una de las paredes. Leo mientras escucho música, pero mi concentración por evadirme se ve frustrada por la constante entrada y salida de personas. A punto de llegar a mi destino, me acerco despacio a la puerta de salida. El metro se para, se abren las puertas e intento salir sin empujar ni ser empujada. Subo las escaleras, ya huelo el viento lluvioso del exterior...

Apago la música, guardo los auriculares, levanto la cabeza y un terrible escalofrío recorre mi espalda cuando veo que a mi alrededor no hay nadie. No hay coches, ni motos, ni autobuses… ¡nada! Miro hacia atrás, vuelvo al metro… ¡nadie! Mi dolor de cabeza ha desaparecido, debido, seguramente, al sonido ensordecedor de un silencio que desconocía.
Intento pensar, ¡es imposible! ¿Dónde está la gente? El metro venía lleno, ¿dónde se han metido? Sin pensar, empiezo a dar vueltas, corro por las calles gritando, sin más respuesta que mi propio eco. No es posible, ¡no puede estar pasando! No puede haber desaparecido el mundo entero  en un escaso cuarto de hora de trayecto.
Entro en las tiendas, en las casas, todo abierto, todo en su sitio… conecto radios, televisores… silencio, ni rastro de vida. Solo silencio…

Una angustia se apodera de mí y no me permite respirar con normalidad. Me empiezo a marear… todo me da vueltas.
No es posible… no es posible…

Soledad… extraña sensación. Va a resultar ser cierto que somos seres sociables. Mi cabeza empieza a recordar… voces, rostros… tan lejanos de pronto… Recuerdo a mi gata, a todos mis seres queridos, a mis conocidos… e incluso a esa gente extraña, que cada mañana me acompaña en un trocito de mi día, en mi viaje en metro; esa gente que muchas veces no miro, con la que me comporto como si no estuviera. Esa gente desconocida, tan semejante…

Mis ojos se abren sobresaltados al oír el estridente sonido del despertador; son las 8 de la mañana de un día que empieza, como tantos otros. Me levanto y subo la persiana. Hay gente en la calle, caminando apresuradamente. Llueve, y hace viento, pero presiento que va a ser un buen día…

Sueños a la deriva


Desde que tengo uso de razón, sueño. No estoy exagerando, créanme; no recuerdo una sola mañana de mis 70 años de vida que haya despertado sin recordar fragmentos desordenados de una eterna película. No sabría explicarla, pero esos sueños crean una historia, una vida paralela a la terrenal, de cuyo contenido no soy consciente. Es como si esa vida se me entregara en fascículos, muchos de los cuales no puedo recordar.

Siempre me acompaña un sentimiento de incertidumbre: tengo la sensación de ser consciente de mi historia paralela, sin serlo del todo. Es frustrante, realmente.
¿Y si mi mente está empeñada en decirme algo? ¿Y si estoy perdiendo oportunidades, sensaciones, por no recordar con exactitud lo que sueño? 

Tengo una especie de diario en el que intento plasmar, de forma mínimamente ordenada, los escasos momentos que recuerdo de mis sueños. No es una costumbre productiva, lo único que consigo es obsesionarme con la falta de respuestas. 
Una historia contada a medias es imposible de interpretar. Sé que es algo bueno, tengo buena sensación al despertar, siento felicidad, plenitud. Cuando abro los ojos y la pantalla de mi mente se apaga, empieza la parte monótona, aburrida y triste de mi vida.

Siento que se me acaba el tiempo, que dejaré ambas vidas sin haber disfrutado ninguna de las dos, sin haber vivido con toda la intensidad posible cada segundo. No puedo evitar esperar ansiosa la llegada de la noche, para sumergirme en mi vida de sueño, y ser completamente feliz, aunque al despertar no sea consciente de ello. Por lo menos esas horas, minutos o segundos, enriquecen mi mente, y quedan reflejados en mi subconsciente. 

Espero ser consciente algún día, antes de que sea demasiado tarde, de esa parte de mi vida que quiere que sea feliz. Me aterra pensar que mis sueños se alejan, a la deriva, para convertirse en simples recuerdos, abstractos e incompletos, cuya magia no voy a poder disfrutar plenamente.

Es hora de dormir. Mis ojos se cierran impacientes, mi mente desea expresarse y yo ansío escuchar lo que tenga que contarme. Al fin y al cabo todo en la vida es sueño, aunque los sueños, sueños sean.

dimarts, 15 de juny del 2010

Cuando el mar te tenga...

Aquí tenéis el videoclip del Último de la Fila, Cuando el mar te tenga.
Esta canción me transmite muchas cosas, todas buenas. Además, tiene una anécdota: la primera vez que la escuché fue cantada por Mari Cruz, Sara y Mónica, en el prado trasero de la capilla de Bullán, en una gincana de las que preparábamos...
¿A que no os acordábais? jajajaja
Aprovecho, y os doy las gracias por enseñarme tan magnífica canción, así como tantas otras.

¡El videoclip no tiene desperdicio! :) vaya tela...

Carta de despedida

Un escrit trobat al calaix...

conciencia humana

Aposté por ti desde un principio y, una vez tras otra, me has decepcionado. Cada vez ha sido más dura que la anterior. No me preguntes el porqué, pero aun sigo confiando en ti, aun creo que algún día llegarás a ser lo que yo siempre soñé que serías: un ser bueno, honesto, con mucha dignidad y justo orgullo. De momento, no encuentro motivos que satisfagan mis expectativas hacia ti, pese a seguir esperando... la esperanza es lo último que se pierde.
En un principio todo parecía ir bien, creí que de verdad conseguiría que me escucharas, que me hicieras caso... pero poco a poco, des del momento en que el maldito poder se posó en tus manos ambiciosas me pisoteaste, te convertiste en la puerta que se cierra, en el oído que no escucha, me diste la espalda cuando yo solo quería ayudarte, hacer que fueras feliz y que hicieras feliz todo lo que te rodea.
Pero me he dado cuenta de que todo lo que ha caído en tus manos se ha roto, los has roto tú con tu avaricia, con tus ansias de poder, cuanto más tenías más querías, y poco a poco dejaste de escucharme, me convertí en tu silencio, me ocultaste hasta el punto de olvidar que existo.
Ahora tan solo te guías por lo que tú crees, tú te marcas tus metas, cuyas consecuencias son fatales, pero eso a ti te da igual.
Crees que vives más tranquilo sin esa vocecita que te dice lo que está bien y lo que no, con el único fin de intentar que te conviertas en un ser mejor, más puro.
No sé si eres consciente del daño que estás haciendo... supongo que no. Pero tal vez mi paciencia también tenga su límite y, tal vez, cuando me eches de menos yo ya no estaré para ayudarte, ni mis oídos para escucharte, ni mi voz para aconsejarte. Tal vez esta sea la última vez que lo poco que queda de mí en tu interior se manifieste. Tal vez esta sea tu última oportunidad de arrepentirte, de arreglar todo aquello que destruyes a tu paso.
He descubierto que eres un cobarde, te cobijas en el poder que sabes que todo lo puede, y te aprovechas de aquellos a quienes tu protector no protege.
Es una lástima, una verdadera lástima, pero es así... poco a poco descubrirás que tu único amigo será ese poder. No olvides que algo capaz de hacer tanto daño nunca será un buen amigo. Te apuñalará en cuanto no le hagas falta, te dará la espalda igual que tú me la diste a mí hace mucho tiempo, igual que te la has dado a ti mismo... no entiendo cómo puedes ser tan cínico.
Mi decisión es irrevocable. ¿Te niegas a escucharme? Allá tú, poco a poco te darás cuenta de que no vales nada, de que no eres más que una miseria, ya que sin el poder, quedas muy por debajo de los seres a quiénes tú ahora desprecias, ya que tal vez ellos si me cuidan y me escuchan.
Sólo me queda decirte que darme la espalda a mí significa dársela a tu dignidad, a tu orgullo, a ti mismo.
Sigue jugando con fuego, cuando te quemes yo no estaré aquí para curarte. Te miraré desde lejos, veré como te hundes en la miseria que tú mismo has creado para otros.
Es una verdadera lástima; no sé como tú, pudiendo haber sido tan grande, has escogido un camino tan ruin y cruel. No intentes llamarme cuando el daño que has hecho se vuelva contra ti.
Firmado:
LA CONCIENCIA HUMANA

Quan realment s'estima...



M'he fet un coixí amb els teus cabells.
Els ulls se m'han acostumat a la fosca.
Distingeixo el dibuix del teu coll i de la teva espatlla dreta.
M'has robat una mà perquè t'acompanyi en els teus somnis.
He acoblat el meu cos al teu.
He passat una llarga estona miran-te.
He decidit tancar els ulls per tal de poder començar a recordar aquest moment.
M'he adormit escoltant, atentament, com dorms...
 
Marina Collell Cornelles

Enyorança

Un escrit trobat al calaix...

Ja no té cap sentit continuar, no sé per què no em maten d’una vegada. Potser tothom pensa que vull continuar vivint, però no és així. No saben què penso i ho decideixen tot per mi. Em trobo tan sola... encara que sempre estic envoltada de gent. I la meva nena... on és? Perquè ningú no me la porta? Ella és l’única que pensa en mi, ho sé. La meva filla pensa en mi, igual que jo penso en ella.
Aquest matí ha vingut la Blanca, com cada dia. Des del meu estat de coma profund és difícil, adonar-se de quines persones entren i surten de l’habitació. Tan sols veig imatges, milers i milers d’imatges que projecten records de vivències passades. Ja fa dies que estic així, la projecció a la meva ment clínicament morta és perpetua. I no m’agrada, mai no m’ha agradat recordar... em fa posar trist.
La Blanca m’ha tocat el braç. Ella no sap que puc sentir-la. Pobre dona, no en té cap culpa, però no para de plorar. M’agrada que vingui, ella és l’única que es dirigeix a mi quan parla. Els altres no fan res més que intercanviar frases compassives, i això no ho suporto. Volen que continuï vivint, però em tracten com si ja no hi fos. I encara hi sóc, per desgràcia encara no he mort.
Quan el meu pare va entrar en coma per culpa de l’embòlia, mai no vaig pensar que ell també sentia i recordava. Ara sé com ho va passar, pobret, sentint com tots nosaltres ploràvem per ell com si ja fos completament mort. És una sensació horrible, t’adones de com és d’egoista la gent que t’envolta. Diuen que t’estimen, però no... no és així. Si m’estimessin ja haurien desconnectat totes aquestes màquines què tinc al meu voltant, i no fan res més que allargar el meu patiment; això no és vida. Però no, ells no volen que me’n vagi, no volen perdre’m... no hi ha més cec que aquell que no vol veure. Ja fa dies que m’han perdut. Sí, ja sé que és molt maco, no volen que em mori, no volen adonar-se que mai més no tornaré a obrir els ulls, però... realment... qui pensa en mi? Si poguessin entrar dins del meu cap s’adonarien que estic patint com mai no ho havia fet abans. No vull recordar coses felices d’altres temps. Cada dia passa, un cop darrere d’altre, la mateixa filmació. Tot comença amb el meu primer record... una platja deserta... no hi ha ningú... de sobte, una nena petita camina d’esquena agafada amb seguretat a la mà d’un home alt... és el meu pare, la nena sóc jo. Aquell dia va ser meravellós. Érem a Sitges. Semblarà estrany, però fins ara no me’n recordava d’aquell dia, ja fa massa temps...
La següent escena té lloc en una festa, al jardí dels pares. Jo ja sóc gran, tinc divuit anys i acabo d’entrar a la universitat... per fi puc començar el meu somni: algun dia seré metgesa, podré salvar les vides de molta gent... recordo, també, una frase que em va dir el meu pare: “no tinguis por de res, nena, moltes persones moriran a les teves mans, no hauràs pogut fer res... però, escolta’m bé i mai no oblidis això que et diré: amb una vida que salvis, et sentiràs orgullosa de la teva feina, i de tu mateixa...per la resta de la teva vida”. Tenia raó.
Després d’això, recordo totes les vides que he salvat... quina ironia, ara sóc jo qui vol morir... potser, els meus pacients també. Jo no els vaig escoltar, mai. Ara me’n penedeixo, en realitat no vaig pensar en ells ni per un moment.
Tinc molts més records, però quan s’acaba la filmació mai no els recordo. Sempre m’he contradit...
Aquest si... el dia que vaig casar-me amb el Víctor. Estava tan convençuda que seriem feliços tota la vida... vaig ser idiota, i ingènua també. Als tres anys de matrimoni van començar les pallisses. Ara me n’adono que al principi eren molt més suaus que les dels darrers anys. Suposo que amb el pas del temps m’hi vaig anar acostumant, ja no sentia dolor, ni ràbia... en realitat, no sentia res, tot m’era igual.
En una de les seves violacions vaig quedar embarassada. Li agraeixo, la meva filla és l’única cosa que m’importa. Lògicament, a en Víctor no li vaig dir res, no hauria parat d’apallissar-me dia sí dia també i, encara que la meva vida no m’importés una merda, en aquell moment tenia un motiu per continuar lluitant: la Júlia creixia dins meu, no podia permetre que aquell malparit la matés d’un dels seus cops.
Un dia, mentre ell treballava, (jo em vaig veure obligada deixar la medicina), vaig fer les maletes i vaig marxar a casa de la Remei, la meva germana gran. Sabia que a casa dels meus pares el Víctor em trobaria amb facilitat, però a casa de la Remei encara tindríem (la Júlia i jo) alguna esperança de romandre amagades fins que aconseguís estalviar una mica i fugir lluny.
Els mesos passaven i el Víctor em continuava buscant. Va arribar a amenaçar la meva mare i tot. El vaig denunciar milers de vegades, però no va servir de res. El Víctor és un tío important, i mai no es veurà un tío important dins d’una presó. La Júlia va néixer, i ens vam mudar a un pis, petit i barat, però nostre, sense córrer cap perill. Mentre jo treballava, la meva mare cuidava la Júlia. El Víctor ja s’havia cansat de buscar-me. No sé per què, dels mals moments si que me’n recordo.
Un dia, mentre tornava de matinada de l’hospital on treballo, bé, treballava, sense que jo me n’adonés, el malparit del Víctor em va seguir, i a la cantonada del meu carrer va donar-me la pallissa que m’ha deixat en aquest estat. El fill de puta m’ho ha pres tot, i jo només demano que em treguin aquestes màquines, per poder deixar de recordar una vegada i una altra... tot això que em turmenta fins un punt inimaginable.
Com ja havia dit, la Blanca, la meva sogra, ha vingut a veure’m, com cada dia. No para mai de plorar, però parla amb mi... “sé que m’escoltes, filleta”, sempre m’ho diu, això. Ella no en té cap culpa que el seu fill sigui així. M’ha promès l’única cosa que necessitava sentir abans de morir, “pots estar tranquil·la, no permetré que el meu fill s’acosti mai a la Júlia, t’ho prometo...”. Jo sé que encara que el meu cor continuï  bategant, mai més no tornaré a obrir els ulls. Ara ja puc morir tranquil·la, ara sé que la meva nena no patirà mai per culpa del desgraciat del seu pare.
No sé què em passa, però em sento molt bé... els records han parat, la meva ment està en blanc... feia molt de temps que no estava buida... em sembla que ha arribat el moment, ja no he de patir més, ja m’han promès el que necessitava per deixar de viure... gràcies, Blanca, adéu, Julieta, t’estimo nena... la pel·lícula de la mare, per fi, s’ha acabat.

dilluns, 14 de juny del 2010

Ahora que... J. Sabina

Esta canción, pura poesía, parece que haya sido hecha para nosotros. La hemos hecho nuestra, sin saber, sin querer... cumpliendo cada una de sus premisas.

Nuestra canción, (de Sabina, como no), forma parte de nuestra historia, que no ha hecho más que empezar.

Gracias por hacer que todo lo que hago, lo que soy y lo que siento sea la mitad de algo.
Gracias por entrar en mi vida, trepando por la ventana sin antifaz, y quedarte.
Gracias por cada palabra, por cada sonrisa, por cada suspiro.

Te quiero.

الخلود هو لدين


  

Ahora que nos besamos tan despacio,
ahora que aprendo bailes de salón,
ahora que una pensión es un palacio, 

donde nunca falta espacio
para más de un corazón...
Ahora que las floristas me saludan,
ahora que me doctoro en lencería,
ahora que te desnudo y me desnudas,
y, en la estación de las dudas, 

muere un tren de cercanías...
Ahora que nos quedamos en la cama,
lunes, martes y fiestas de guardar,
ahora que no me acuerdo del pijama,
ni recorto el crucigrama, 
ni me mato si te vas.
Ahora que tengo un alma que no tenía.
Ahora que suenan palmas por alegrías.
Ahora que nada es sagrado ni, 

sobre mojado, llueve todavía.
Ahora que hacemos olas por incordiar.
Ahora que está tan sola la soledad.
Ahora que, todos los cuentos, 

parecen el cuento de nunca empezar.
Ahora que ponnos otra y qué se debe,
ahora que el mundo está recién pintado,
ahora que las tormentas son tan breves
y los duelos no se atreven a dolernos demasiado...
Ahora que está tan lejos el olvido,
ahora que me perfumo cada día,
ahora que, sin saber, hemos sabido
querernos, como es debido, 

sin querernos todavía...
Ahora que se atropellan las semanas, 

fugaces, como estrellas de Bagdad,
ahora que, casi siempre, tengo ganas 

de trepar a tu ventana
y quitarme el antifaz.
Ahora que los sentidos sienten sin miedo.
Ahora que me despido pero me quedo.
Ahora que tocan los ojos, 

que miran las bocas, 
que gritan los dedos.
Ahora que no hay vacunas ni letanías.
Ahora que está en la luna la policía.
Ahora que explotan los coches, 

que sueño de noche, que duermo de día.
Ahora que no te escribo cuando me voy.
Ahora que estoy más vivo de lo que estoy.
Ahora que nada es urgente, 

que todo es presente, 
que hay pan para hoy.
Ahora que no te pido lo que me das.
Ahora que no me mido con los demás.
Ahora que, todos los cuentos, parecen el cuento de nunca empezar.

Qualsevol nit pot sortir el Sol ;)

Torno a ser petita cada vegada que la sento...

Us enrecordeu? 



Conversación entre Alicia y el Gato Cheshire


Dibujo original de John Tenier, del libro Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll. 

En el libro la ilustración no está acompañada de este texto. Yo añadí el fragmento en la imagen, la cual pueden buscar en Internet y verán que está en blanco.

La Reina Roja le dijo a Alicia:


Hay que pensar en 6 cosas


IMPOSIBLES


antes de cada desayuno.

La Verdad Sobre el Caso del Sr. Valdemar, Edgar Allan Poe

Esta sí: la MÁS impresionante historia que he leído jamás... Quiero compartirla con quiénes quieran leerla... no os arrepentiréis :) 

De ninguna manera me parece sorprendente que el extraordinario caso del señor Valdemar haya provocado tantas discusiones. Hubiera sido un milagro que ocurriera lo contrario, especialmente en tales circunstancias. Aunque todos los participantes deseábamos mantener el asunto alejado del público -al menos por el momento, o hasta que se nos ofrecieran nuevas oportunidades de investigación-, a pesar de nuestros esfuerzos no tardó en difundirse una versión tan espuria como exagerada que se convirtió en fuente de muchas desagradables tergiversaciones y, como es natural, de profunda incredulidad.
El momento ha llegado de que yo dé a conocer los hechos -en la medida en que me es posible comprenderlos-. Helos aquí sucintamente:
Durante los últimos años el estudio del hipnotismo había atraído repetidamente mi atención. Hace unos nueve meses, se me ocurrió súbitamente que en la serie de experimentos efectuados hasta ahora existía una omisión tan curiosa como inexplicable: jamás se había hipnotizado a nadie in articulo mortis. Quedaba por verse si, en primer lugar, un paciente en esas condiciones sería susceptible de influencia magnética; segundo, en caso de que lo fuera, si su estado aumentaría o disminuiría dicha susceptibilidad, y tercero, hasta qué punto, o por cuánto tiempo, el proceso hipnótico sería capaz de detener la intrusión de la muerte. Quedaban por aclarar otros puntos, pero éstos eran los que más excitaban mi curiosidad, sobre todo el último, dada la inmensa importancia que podían tener sus consecuencias.
Pensando si entre mis relaciones habría algún sujeto que me permitiera verificar esos puntos, me acordé de mi amigo Ernest Valdemar, renombrado compilador de la Bibliotheca Forensica y autor (bajo el nom de plume de Issachar Marx) de las versiones polacas de Wallenstein y Gargantúa. El señor Valdemar, residente desde 1839 en Harlem, Nueva York, es (o era) especialmente notable por su extraordinaria delgadez, tanto que sus extremidades inferiores se parecían mucho a las de John Randolph, y también por la blancura de sus patillas, en violento contraste con sus cabellos negros, lo cual llevaba a suponer con frecuencia que usaba peluca. Tenía un temperamento muy nervioso, que le convertía en buen sujeto para experiencias hipnóticas. Dos o tres veces le había adormecido sin gran trabajo, pero me decepcionó no alcanzar otros resultados que su especial constitución me había hecho prever. Su voluntad no quedaba nunca bajo mi entero dominio, y, por lo que respecta a la clarividencia, no se podía confiar en nada de lo que había conseguido con él. Atribuía yo aquellos fracasos al mal estado de salud de mi amigo. Unos meses antes de trabar relación con él, los médicos le habían declarado tuberculoso. El señor Valdemar acostumbraba referirse con toda calma a su próximo fin, como algo que no cabe ni evitar ni lamentar.
Cuando las ideas a que he aludido se me ocurrieron por primera vez, lo más natural fue que acudiese a Valdemar. Demasiado bien conocía la serena filosofía de mi amigo para temer algún escrúpulo de su parte; por lo demás, no tenía parientes en América que pudieran intervenir para oponerse. Le hablé francamente del asunto y, para mi sorpresa, noté que se interesaba vivamente. Digo para mi sorpresa, pues si bien hasta entonces se había prestado libremente a mis experimentos, jamás demostró el menor interés por lo que yo hacía. Su enfermedad era de las que permiten un cálculo preciso sobre el momento en que sobrevendrá la muerte. Convinimos, pues, en que me mandaría llamar veinticuatro horas antes del momento fijado por sus médicos para su fallecimiento.
Hace más de siete meses que recibí la siguiente nota, de puño y letra de Valdemar:
Estimado P...:
Ya puede usted venir. D... y F... coinciden en que no pasaré de mañana a medianoche, y me parece que han calculado el tiempo con mucha exactitud.
Valdemar
Recibí el billete media hora después de escrito, y quince minutos más tarde estaba en el dormitorio del moribundo. No le había visto en los últimos diez días y me aterró la espantosa alteración que se había producido en tan breve intervalo. Su rostro tenía un color plomizo, no había el menor brillo en los ojos y, tan terrible era su delgadez, que la piel se había abierto en los pómulos. Expectoraba continuamente y el pulso era casi imperceptible. Conservaba no obstante una notable claridad mental, y cierta fuerza. Me habló con toda claridad, tomó algunos calmantes sin ayuda ajena y, en el momento de entrar en su habitación, le encontré escribiendo unas notas en una libreta. Se mantenía sentado en el lecho con ayuda de varias almohadas, y estaban a su lado los doctores D... y E..
Luego de estrechar la mano de Valdemar, llevé aparte a los médicos y les pedí que me explicaran detalladamente el estado del enfermo. Desde hacía dieciocho meses, el pulmón izquierdo se hallaba en un estado semióseo o cartilaginoso, y, como es natural, no funcionaba en absoluto. En su porción superior el pulmón derecho aparecía parcialmente osificado, mientras la inferior era tan sólo una masa de tubérculos purulentos que se confundían unos con otros. Existían varias dilatadas perforaciones y en un punto se había producido una adherencia permanente a las costillas. Todos estos fenómenos del lóbulo derecho eran de fecha reciente; la osificación se había operado con insólita rapidez, ya que un mes antes no existían señales de la misma y la adherencia sólo había sido comprobable en los últimos tres días. Aparte de la tuberculosis los médicos sospechaban un aneurisma de la aorta, pero los síntomas de osificación volvían sumamente difícil un diagnóstico. Ambos facultativos opinaban que Valdemar moriría hacia la medianoche del día siguiente (un domingo). Eran ahora las siete de la tarde del sábado.
Al abandonar la cabecera del moribundo para conversar conmigo, los doctores D... y F... se habían despedido definitivamente de él. No era su intención volver a verle, pero, a mi pedido, convinieron en examinar al paciente a las diez de la noche del día siguiente.
Una vez que se fueron, hablé francamente con Valdemar sobre su próximo fin, y me referí en detalle al experimento que le había propuesto. Nuevamente se mostró dispuesto, e incluso ansioso por llevarlo a cabo, y me pidió que comenzara de inmediato. Dos enfermeros, un hombre y una mujer, atendían al paciente, pero no me sentí autorizado a llevar a cabo una intervención de tal naturaleza frente a testigos de tan poca responsabilidad en caso de algún accidente repentino. Aplacé, por tanto, el experimento hasta las ocho de la noche del día siguiente, cuando la llegada de un estudiante de medicina de mi conocimiento (el señor Theodore L...l) me libró de toda preocupación. Mi intención inicial había sido la de esperar a los médicos, pero me vi obligado a proceder, primeramente por los urgentes pedidos de Valdemar y luego por mi propia convicción de que no había un minuto que perder, ya que con toda evidencia el fin se acercaba rápidamente.
El señor L...l tuvo la amabilidad de acceder a mi pedido, así como de tomar nota de todo lo que ocurriera. Lo que voy a relatar ahora procede de sus apuntes, ya sea en forma condensada o verbatim.
Faltaban cinco minutos para las ocho cuando, después de tomar la mano de Valdemar, le pedí que manifestara con toda la claridad posible, en presencia de L...l, que estaba dispuesto a que yo le hipnotizara en el estado en que se encontraba.
Débil, pero distintamente, el enfermo respondió: «Sí, quiero ser hipnotizado», agregando de inmediato: «Me temo que sea demasiado tarde.»
Mientras así decía, empecé a efectuar los pases que en las ocasiones anteriores habían sido más efectivos con él. Sentía indudablemente la influencia del primer movimiento lateral de mi mano por su frente, pero, aunque empleé todos mis poderes, me fue imposible lograr otros efectos hasta algunos minutos después de las diez, cuando llegaron los doctores D... y F..., tal como lo habían prometido. En pocas palabras les expliqué cuál era mi intención, y, como no opusieron inconveniente, considerando que el enfermo se hallaba ya en agonía, continué sin vacilar, cambiando, sin embargo, los pases laterales por otros verticales y concentrando mi mirada en el ojo derecho del sujeto.
A esta altura su pulso era imperceptible y respiraba entre estertores, a intervalos de medio minuto.
Esta situación se mantuvo sin variantes durante un cuarto de hora. Al expirar este período, sin embargo, un suspiro perfectamente natural, aunque muy profundo, escapó del pecho del moribundo, mientras cesaba la respiración estertorosa o, mejor dicho, dejaban de percibirse los estertores; en cuanto a los intervalos de la respiración, siguieron siendo los mismos. Las extremidades del paciente estaban heladas.
A las once menos cinco, advertí inequívocas señales de influencia hipnótica. La vidriosa mirada de los ojos fue reemplazada por esa expresión de intranquilo examen interior que jamás se ve sino en casos de hipnotismo, y sobre la cual no cabe engañarse. Mediante unos rápidos pases laterales hice palpitar los párpados, como al acercarse el sueño, y con unos pocos más los cerré por completo. No bastaba esto para satisfacerme, sin embargo, sino que continué vigorosamente mis manipulaciones, poniendo en ellas toda mi voluntad, hasta que hube logrado la completa rigidez de los miembros del durmiente, a quien previamente había colocado en la posición que me pareció más cómoda. Las piernas estaban completamente estiradas; los brazos reposaban en el lecho, a corta distancia de los flancos. La cabeza había sido ligeramente levantada.
Al dar esto por terminado era ya medianoche y pedí a los presentes que examinaran el estado de Valdemar. Luego de unas pocas verificaciones, admitieron que se encontraba en un estado insólitamente perfecto de trance hipnótico. La curiosidad de ambos médicos se había despertado en sumo grado. El doctor D... decidió pasar toda la noche a la cabecera del paciente, mientras el doctor F... se marchaba, con promesa de volver por la mañana temprano. L...l y los enfermeros se quedaron.
Dejamos a Valdemar en completa tranquilidad hasta las tres de la madrugada, hora en que me acerqué y vi que seguía en el mismo estado que al marcharse el doctor F...; vale decir, yacía en la misma posición y su pulso era imperceptible. Respiraba sin esfuerzo, aunque casi no se advertía su aliento, salvo que se aplicara un espejo a los labios. Los ojos estaban cerrados con naturalidad y las piernas tan rígidas y frías como si fueran de mármol. No obstante ello, la apariencia general distaba mucho de la de la muerte.
Al acercarme intenté un ligero esfuerzo para influir sobre el brazo derecho, a fin de que siguiera los movimientos del mío, que movía suavemente sobre su cuerpo. En esta clase de experimento jamás había logrado buen resultado con Valdemar, pero ahora, para mi estupefacción, vi que su brazo, débil pero seguro, seguía todas las direcciones que le señalaba el mío. Me decidí entonces a intentar un breve diálogo.
-Valdemar..., ¿duerme usted? -pregunté.
No me contestó, pero noté que le temblaban los labios, por lo cual repetí varias veces la pregunta. A la tercera vez, todo su cuerpo se agitó con un ligero temblor; los párpados se levantaron lo bastante para mostrar una línea del blanco del ojo; moviéronse lentamente los labios, mientras en un susurro apenas audible brotaban de ellos estas palabras:
-Sí... ahora duermo. ¡No me despierte! ¡Déjeme morir así!
Palpé los miembros, encontrándolos tan rígidos como antes. Volví a interrogar al hipnotizado:
-¿Sigue sintiendo dolor en el pecho, Valdemar?
La respuesta tardó un momento y fue aún menos audible que la anterior:
-No sufro... Me estoy muriendo.
No me pareció aconsejable molestarle más por el momento, y no volví a hablarle hasta la llegada del doctor F..., que arribó poco antes de la salida del sol y se quedó absolutamente estupefacto al encontrar que el paciente se hallaba todavía vivo. Luego de tomarle el pulso y acercar un espejo a sus labios, me pidió que le hablara otra vez, a lo cual accedí.
-Valdemar -dije-. ¿Sigue usted durmiendo?
Como la primera vez, pasaron unos minutos antes de lograr respuesta, y durante el intervalo el moribundo dio la impresión de estar juntando fuerzas para hablar. A la cuarta repetición de la pregunta, y con voz que la debilidad volvía casi inaudible, murmuró:
-Sí... Dormido... Muriéndome.
La opinión o, mejor, el deseo de los médicos era que no se arrancase a Valdemar de su actual estado de aparente tranquilidad hasta que la muerte sobreviniera, cosa que, según consenso general, sólo podía tardar algunos minutos. Decidí, sin embargo, hablarle una vez más, limitándome a repetir mi pregunta anterior.
Mientras lo hacía, un notable cambio se produjo en las facciones del hipnotizado. Los ojos se abrieron lentamente, aunque las pupilas habían girado hacia arriba; la piel adquirió una tonalidad cadavérica, más semejante al papel blanco que al pergamino, y los círculos hécticos, que hasta ese momento se destacaban fuertemente en el centro de cada mejilla, se apagaron bruscamente. Empleo estas palabras porque lo instantáneo de su desaparición trajo a mi memoria la imagen de una bujía que se apaga de un soplo. Al mismo tiempo el labio superior se replegó, dejando al descubierto los dientes que antes cubría completamente, mientras la mandíbula inferior caía con un sacudimiento que todos oímos, dejando la boca abierta de par en par y revelando una lengua hinchada y ennegrecida. Supongo que todos los presentes estaban acostumbrados a los horrores de un lecho de muerte, pero la apariencia de Valdemar era tan espantosa en aquel instante, que se produjo un movimiento general de retroceso.
Comprendo que he llegado ahora a un punto de mi relato en el que el lector se sentirá movido a una absoluta incredulidad. Me veo, sin embargo, obligado a continuarlo.
El más imperceptible signo de vitalidad había cesado en Valdemar; seguros de que estaba muerto lo confiábamos ya a los enfermeros, cuando nos fue dado observar un fuerte movimiento vibratorio de la lengua. La vibración se mantuvo aproximadamente durante un minuto. Al cesar, de aquellas abiertas e inmóviles mandíbulas brotó una voz que sería insensato pretender describir. Es verdad que existen dos o tres epítetos que cabría aplicarle parcialmente: puedo decir, por ejemplo, que su sonido era áspero y quebrado, así como hueco. Pero el todo es indescriptible, por la sencilla razón de que jamás un oído humano ha percibido resonancias semejantes. Dos características, sin embargo -según lo pensé en el momento y lo sigo pensando-, pueden ser señaladas como propias de aquel sonido y dar alguna idea de su calidad extraterrena. En primer término, la voz parecía llegar a nuestros oídos (por lo menos a los míos) desde larga distancia, o desde una caverna en la profundidad de la tierra. Segundo, me produjo la misma sensación (temo que me resultará imposible hacerme entender) que las materias gelatinosas y viscosas producen en el sentido del tacto.
He hablado al mismo tiempo de «sonido» y de «voz». Quiero decir que el sonido consistía en un silabeo clarísimo, de una claridad incluso asombrosa y aterradora. El señor Valdemar hablaba, y era evidente que estaba contestando a la interrogación formulada por mí unos minutos antes. Como se recordará, le había preguntado si seguía durmiendo. Y ahora escuché:
-Sí... No... Estuve durmiendo... y ahora... ahora... estoy muerto.
Ninguno de los presentes pretendió siquiera negar ni reprimir el inexpresable, estremecedor espanto que aquellas pocas palabras, así pronunciadas, tenían que producir. L...l, el estudiante, cayó desvanecido. Los enfermeros escaparon del aposento y fue imposible convencerlos de que volvieran. Por mi parte, no trataré de comunicar mis propias impresiones al lector. Durante una hora, silenciosos, sin pronunciar una palabra, nos esforzamos por reanimar a L...l. Cuando volvió en sí, pudimos dedicarnos a examinar el estado de Valdemar.
Seguía, en todo sentido, como lo he descrito antes, salvo que el espejo no proporcionaba ya pruebas de su respiración. Fue inútil que tratáramos de sangrarlo en el brazo. Debo agregar que éste no obedecía ya a mi voluntad. En vano me esforcé por hacerle seguir la dirección de mi mano. La única señal de la influencia hipnótica la constituía ahora el movimiento vibratorio de la lengua cada vez que volvía a hacer una pregunta a Valdemar. Se diría que trataba de contestar, pero que carecía ya de voluntad suficiente. Permanecía insensible a toda pregunta que le formulara cualquiera que no fuese yo, aunque me esforcé por poner a cada uno de los presentes en relación hipnótica con el paciente. Creo que con esto he señalado todo lo necesario para que se comprenda cuál era la condición del hipnotizado en ese momento. Se llamó a nuevos enfermeros, y a las diez de la mañana abandoné la morada en compañía de ambos médicos y de L...l.
Volvimos por la tarde a ver al paciente. Su estado seguía siendo el mismo. Discutimos un rato sobre la conveniencia y posibilidad de despertarlo, pero poco nos costó llegar a la conclusión de que nada bueno se conseguiría con eso. Resultaba evidente que hasta ahora, la muerte (o eso que de costumbre se denomina muerte) había sido detenida por el proceso hipnótico. Parecía claro que, si despertábamos a Valdemar, lo único que lograríamos seria su inmediato o, por lo menos, su rápido fallecimiento.
Desde este momento hasta fines de la semana pasada -vale decir, casi siete meses- continuamos acudiendo diariamente a casa de Valdemar, acompañados una y otra vez por médicos y otros amigos. Durante todo este tiempo el hipnotizado se mantuvo exactamente como lo he descrito. Los enfermeros le atendían continuamente.
Por fin, el viernes pasado resolvimos hacer el experimento de despertarlo, o tratar de despertarlo: probablemente el lamentable resultado del mismo es el que ha dado lugar a tanta discusión en los círculos privados y a una opinión pública que no puedo dejar de considerar como injustificada.
A efectos de librar del trance hipnótico al paciente, acudí a los pases habituales. De entrada resultaron infructuosos. La primera indicación de un retorno a la vida lo proporcionó el descenso parcial del iris. Como detalle notable se observó que este descenso de la pupila iba acompañado de un abundante flujo de icor amarillento, procedente de debajo de los párpados, que despedía un olor penetrante y fétido. Alguien me sugirió que tratara de influir sobre el brazo del paciente, como al comienzo. Lo intenté, sin resultado. Entonces el doctor F... expresó su deseo de que interrogara al paciente. Así lo hice, con las siguientes palabras:
-Señor Valdemar... ¿puede explicarnos lo que siente y lo que desea?
Instantáneamente reaparecieron los círculos hécticos en las mejillas; la lengua tembló, o, mejor dicho, rodó violentamente en la boca (aunque las mandíbulas y los labios siguieron rígidos como antes), y entonces resonó aquella horrenda voz que he tratado ya de describir:
-¡Por amor de Dios... pronto... pronto... hágame dormir... o despiérteme... pronto... despiérteme! ¡Le digo que estoy muerto!
Perdí por completo la serenidad y, durante un momento, me quedé sin saber qué hacer. Por fin, intenté calmar otra vez al paciente, pero al fracasar, debido a la total suspensión de la voluntad, cambié el procedimiento y luché con todas mis fuerzas para despertarlo. Pronto me di cuenta de que lo lograría, o, por lo menos, así me lo imaginé; y estoy seguro de que todos los asistentes se hallaban preparados para ver despertar al paciente.
Pero lo que realmente ocurrió fue algo para lo cual ningún ser humano podía estar preparado.
Mientras ejecutaba rápidamente los pases hipnóticos, entre los clamores de: «¡Muerto! ¡Muerto!», que literalmente explotaban desde la lengua y no desde los labios del sufriente, bruscamente todo su cuerpo, en el espacio de un minuto, o aún menos, se encogió, se deshizo... se pudrió entre mis manos. Sobre el lecho, ante todos los presentes, no quedó más que una masa casi líquida de repugnante, de abominable putrefacción.

FIN
 
body{ cursor:url(http://cuw.iespana.es/archivos/animal33.ANI);} emoticonos